Tranqui… la Revuelta
continúa (adentro)
Cristián Opaso
Asumo que -como a mí-
a vos la Revuelta te revolvió la vida, o, mejor dicho, te la trajo de vuelta,
renovando las esperanzas de cambio en un país que experimentábamos, hasta antes
del 18 de octubre, como irremediablemente alienado, sumiso y deprimido. Asumo
también, que quedaste pa’ dentro cuando todos comprendimos que teníamos que quedarnos
en la casa y que aquellos/as que por meses llamábamos a salir a la calle,
hacíamos ahora los llamados en sentido contrario.
Pero ¿y si la Revuelta
continuase todavía, más viva que nunca?
¿No podría ser que
estuviese ahora adentro de cada uno de nosotros/as y que continuase en la
entrañas más íntimas de cada barrio –cuico o “vulnerable”-
enfrentándonos todos/as ahora desde allí a la violencia y la injusticia?
¿No pudiese-piensa
bien usted, un escenario en que cada uno/a pudiese cada día evaluar, calibrar,
fraguar las nuevas movilizaciones y que éstas pudiesen más fuertes y enfocadas
que nunca?
Me trae a memoria esto
que digo a una de las mejores frases que leí en las miles de páginas de
sabiduría popular que por meses los/las resistentes escribieron en las calles
de Santiago: “Resistir para un Buen Vivir: La Dignidad se Cuece a Fuego Lento”.
Porque es muy cierto:
obligados, hemos tenido que ir a parar la olla en los espacios internos y a
re-aprender a vivir, no sé si Tan bien, pero mejor, poco a poco, Mejor.
No es para nada fácil,
porque así como salir a las calles tenía sus peligros no menores y la represión
criminal gaseaba, golpeaba y mutilaba a diestra y siniestra, por estos días en
nuestras conciencias afloran y atacan violentamente -aunque no necesariamente
vestidos de verde- los temores ante las deprimentes interrogantes, ¿es que la
revuelta ya cesó? ¿Nunca se retomarán las multitudinarias marchas? ¿Todos los
muertos y mutilados se olvidarán? ¿Todo habrá sido en vano?
Es verdad también que
por estos días nos puede agarrar el zorrillo o el guanaco que ataca con sus
venenosas incertidumbres. ¿Y cuándo se me acabará la poca plata que tengo? ¿y
qué haré después? y si me enfermo -yo o mis hijos/as-, ¿cómo soportaré la
enfermedad y el dolor, no habiendo atención adecuada en los consultorios y
hospitales ya semi-colapsados?
Pero creo sinceramente
que, ¡podemos resistir! Como en su momento los/as de la primera línea, ¡tenemos
que resistir! en éstas, nuestra nuevas trincheras. Que tienen que ver con las
batallas, personales si se quiere, pero ¡de enormes consecuencia políticas!
Son pocas, pero
importantes las cosas que he aprendido en estos no pocos días de encierro.
De mi depende, en
parte importante, cómo me siento y cómo respondo a esta maldita/bendita pandemia.
Esto es sencillo, pero
ciertamente no fácil de hacer. O sea, podemos elegir que nos tiren bombas lacrimógenas
todo el día por la TV tradicional y los WhatsApp alarmistas, o podemos
enfrentar el tiempo o la soledad leyendo un libro, cuidando una planta,
culminando por fin aquella tarea tan postergada.
Muchos/as lo han
dicho, entre ellos presos célebres, como Rosa Luxemburgo y otros/as: no puedo
elegir las circunstancias, pero puedo elegir como respondo a ellas, en el caso
de Rosa y otros, resistiendo al encierro y la locura.
No me pidan recetas
mágicas. Mírense alguna vez -de verdad- el ombligo, respiren calmos y mediten
sobre esto.
Tengo que preocuparme
más de mi cuerpo, y está a mi alcance el hacerlo.
Esto a pesar de que se
me estén acabando los remedios tradicionales y no pueda salir a andar en
bicicleta. De hecho, estos días he conocido mejor mi cuerpo y el valor de
sencillos hábitos olvidados. Les cito sólo uno: que me sirve, de hecho
¡necesito! tomar agua (y no tanto café).
Aquellos/as más
cercanos/as, son al final, lo único que tengo.
Este es una de las
lecciones más sencillas ¿o complicadas? O sea, tengo a la familia y los
amigos/as que tengo. Ya a estas alturas, son los/as que he elegido para
mutuamente acompañarnos.
Es simple: o me quedo
pegado en mis vacilaciones, críticas o ansiedades de siempre, o recreo
relaciones, suelto preocupaciones, me reconcilio con los viejos amigos/as. Ah,
que no se olvide: los cercanos pueden estar a miles de kilómetros de distancia,
como lo hemos podido comprobar muchos/as.
Los vecinos/as, aunque
no ideales, son los únicos con que puedo contar.
Me encantaría vivir en
territorio liberado, o por lo menos en un barrio con centros culturales, ollas
comunes, vecinos que ponen una banderita roja cuando necesitan ayuda. Pero acá
estoy encerrado en un barrio cuico (tradicional), bastante
desalmado adonde, a lo más, aplauden tímidamente a las 9 pm (como los europeos,
claro). Pero no estoy sólo. Habemos varias docenas que virtualmente intentamos
compartir información útil, además de recordarnos que queremos cambiar Chile
(el grupo ahora virtual nació para aprobar el cambio constitucional).
En fin, resistimos
como podemos en lo que a veces se siente como territorio enemigo. Y está la
vecina claro, que se entusiasma con apoyar a los viejos/as del edificio. O el
vecino generoso que me deja revistas en mi puerta. Ellos/as son parte esencial
de los vínculos que he de reforzar para las batallas, grandes y pequeñas que
vendrán.
Sí, es verdad que soy
un privilegiado: todavía me queda un poco de comida y me sale agua de la llave.
No tengo que salir a trabajar (no porque no quiera por si acaso), y alguien
cercano tiene trabajo y un modesto ingreso asegurado (¿por cuánto tiempo?). Todos
los privilegios que ustedes me quieran nombrar. Pero ¡no se engañen!
El tema es que a
todos/as, en todas las latitudes, en alguna parte nos aprieta el zapato (y el
corazón), pero estamos aprendiendo que podemos sacarnos los zapatos y ¡caminar
o correr descalzos!
¡Y eso también es
Resistencia! Por eso podrá seguir la Revuelta.
Podemos Resistir,
podremos seguir Revolviéndola, ¡más y mejor que nunca!
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